Chiara Lubich mostró la importancia y la potencia de la fraternidad como concepto y como principio programático. Fundadora del Movimiento Políticos por la Unidad, sostuvo que la fraternidad modificaba el método de hacer política teniendo al dialogo, la reciprocidad y el amor como valores de fondo para cada acción o decisión. Chiara, es una mujer que redescubrió la fraternidad como método, es decir como camino, como senda que conduce a un lugar al que se quiere llegar con, para y entre otros.
Nació en Trento y provino de un linaje que se originó en medio de fronteras geográficas, lingüísticas y en pleno conflicto bélico, pues sus antepasados vivieron durante el imperio austrohúngaro. Estando marcada por las diferencias, su vida y su misión se dirimió en el marco de la búsqueda de la unidad. Una unidad que integra el conflicto y que busca la comprensión mutua para vivenciar la fraternidad universal.
Ahora bien, ¿cómo hacer vida la fraternidad que nos comparte Chiara, en la política? Ella sabía que las respuestas no estaban detrás de un escritorio sino en las personas que se animan a soñar y construir un mundo nuevo, es por ello que sostenía:
Para darle al mundo la fraternidad que genera una unidad espiritual, garantía de la unidad política, económica, etc., no faltan los instrumentos. Basta saber reconocerlos. Uno, cuya eficacia todavía no ha sido descubierta, es la aparición en el mundo cristiano, después de las primeras décadas del ‘900, de decenas y decenas de Movimientos, que como una especie de red unen a los pueblos, a las culturas y a las diversidades: son casi un signo de que el mundo podría convertirse en una casa de las naciones, porque ya lo es a través de estas realidades, si bien todavía a nivel de laboratorio¹.
Intentando ir más allá de los límites del paradigma patriarcal que le da marco a la fraternidad como concepto, la pregunta que surge es: la sororidad, ¿dónde aparece?
Desde hace un tiempo y sobre todo durante el siglo XX e inicios del XXI, se han desarrollado y visibilizado diversos colectivos de mujeres en el marco de las distintas luchas en pos del reconocimiento de derechos. En esta línea, se han modificado –y continúan modificándose– algunas estructuras patriarcales y anacrónicas y se ha generado una masa crítica (muy heterogénea) conocida como “perspectiva de género”. La intención de este artículo “a nivel de laboratorio”, como diría Chiara, es develar la sororidad y ponerla en diálogo con la fraternidad.
Hace un tiempo, en el marco de un conversatorio sobre prácticas políticas, uno de los participantes sostuvo: “la sororidad es un invento de los feminismos recalcitrantes y nada tiene que ver con el espíritu cristiano”. Tal afirmación la apoyaba en una experiencia negativa vivida el día internacional de la mujer cuando un grupo de mujeres, en medio de la marcha que se realizó en la ciudad, vandalizó una Iglesia católica, lastimando incluso a quienes se encontraban en su interior. La respuesta que recibió por parte de los que estábamos presentes fue bien variada. Algunos apoyaron la afirmación y otros se mostraron más bien críticos. Hubo una intervención que vale la pena resaltar a modo de poder reflexionar: “tu experiencia es la mejor confirmación de que la sororidad es tan humana como la fraternidad, porque el conflicto es inherente a la condición humana”, y añadió: “la fraternidad y la sororidad no sólo son fines a alcanzar sino también expresiones del conflicto que implica ser hermanos y hermanas ¿o me vas a decir que no hay experiencias de grupos de varones que hayan vandalizado e incluso asesinado comunidades enteras en nombre de su cultura, su raza, su religión o su nación?”
Siguiendo este relato, se podría decir que tanto la fraternidad como la sororidad pueden ser asumidas como principios que rigen las relaciones humanas. Por otro lado, muestran formas diferentes de transitar el conflicto por el reconocimiento de derechos. Rita Segato sostiene que el pacto de sororidad:
(…) No es para nosotras, no es parcial, no es particular, no es de minoría, sino una estrategia plenamente política y un proyecto histórico de interés general y valor universal, que al romper la estructura minorizadora introduce precisamente desde su margen otra respuesta y otra política. Cada vez más se demuestra que las estrategias creadas y puestas en práctica por las mujeres son las que marcan el rumbo e indican el camino para todos².
La sororidad se abre camino en medio de una historia plagada de exclusiones de las mujeres en la vida política, en las decisiones centrales, en la conducción de las instituciones y las organizaciones. Si bien puede haber expresiones de resentimiento que violenten comunidades, lo que aparece como novedad es esta condición de apertura universal que no quiere dejar a nadie atrás, a nadie afuera, que no quiere ni descartadas ni descartados. Desde la sororidad es posible reinterpretar aquella solidaridad universal de la que habla el Papa Francisco y aquella fraternidad universal que desveló a Chiara y que se redescubre en la red de acciones de movimientos que se van entramando uniendo pueblos y culturas. Postulamos desde esta visión –y como ensayo– el principio de sorfraternidad. Lo entendemos como un camino programático y el asidero de diversas visiones y proyectos. Es un principio que rige las relaciones hacia una nueva comprensión de la institucionalidad política basada en la comunidad, la construcción de la paz y la defensa de la justicia. Es una senda reflexiva y activa que no suprime las diferencias, sino que las respeta estableciendo relaciones de reciprocidad entre las y los actores que intervienen en múltiples proyectos e instancias de organización compartida. Pero no sólo genera responsabilidad y compromiso por el otro, sino que conlleva un modo de regir junto a otras y otros a partir de una visión común (aunque no sin lucha y puja de intereses).
El nuevo interrogante es: ¿cómo incorporar el principio de sorfraternidad en la política? Por un lado, es un principio político que abriga una noción de poder en tanto que “poder-hacer-con-otros” un mundo más justo con cualidades y características diferentes a la de la fraternidad; intentando romper el enfoque dualista de la realidad política (a favor o en contra) y por otro lado invita a repensar y redescubrir caminos o estrategias de respuesta a la pregunta anterior. Desde la perspectiva de Francisco y de Chiara, se trata de reconocer que la diversidad es un desafío, pero también una posibilidad potente para la acción, pues se trata de entramar los distintos colectivos (nosotras y nosotros) en un laboratorio de prácticas que nos una como humanidad reconociendo la importancia de sabernos habitantes de una “casa común” y de un destino común en lo local, lo nacional, lo regional y lo internacional.
¹ Lubich C. (2004). La fraternidad en política: ¿utopía o necesidad? Ver: https://www.focolare.org/es/2004/09/09/la-fraternita-in-politica-utopia-o-necessita/
² Segato, R. L. (2016). La guerra contra las mujeres. Madrid: Traficantes de sueños, p. 105
Link a la publicación en la Revista Cidade Nova, Brasil, edición Julio: https://drive.google.com/file/d/1iQfUVLc1gnVGjJeWf-WtFY6hdUfqPThP/view?usp=sharing